Voy a ser muy honesta y les contaré que me
costó demasiado escribir una reseña para esta novela de Oswaldo Salazar. Como
ya sabrá la mayoría, la novela entrelaza las historias de Miguel Ángel Asturias
y su hijo Rodrigo. Cada uno busca su propósito de vida, como artista el uno y
como revolucionario el otro, y se esfuerzan por arrancar los recuerdos de sus
respectivos padres. Nada como una saga familiar para recordar que la sangre es
más densa (y turbia) que el agua.
De vuelta a mis dificultades en esta reseña,
yo tenía las más altas expectativas para una novela cuyo protagonista es uno de
mis escritores más atesorados. Desde que a los diecisiete años leí “El señor
presidente”, he estado enamorada de su melódico español, sus personajes pesadillescos
y sus historias con tanta diversidad tonal. De entrada, yo ansiaba un asomo a
esa maravillosa mente de autor, capaz de dar nombre y vida a lo inimaginable
para volverlo una página y otra. La narración me decepcionó en ese sentido: no
puedo imaginarme al Gran Moyas hablando de manera simplificada, con tan
predecibles sustantivos y tan parcas oraciones. Y está bien, admito que esa era
una expectativa un tanto idealizada y acaso imposible. El lenguaje no está a la
altura de los personajes, ni siento que captura adecuadamente las intenciones
de los personajes. No me gustan las personificaciones detalladas nota a nota,
pero entiendo que esta sea una necesidad de los novelistas cuando subestiman a
su audiencia.
Ahora, también debo señalar que esta novela tiene
puntos fuertes, porque de verdad los tiene. El relato es verdadera riqueza que
tiene Hombres de papel. La controversia
rodeando la novela no hace más que elevar el suspenso, la sensación de
complicidad con el autor en esta maraña de secretos. Las situaciones nunca
antes detalladas en las biografías de Asturias: personajes estrafalarios,
amores penosos y travesías etilizadas entretejen una trama acaso más realista,
grotesca e irreverente. Veo ahí un poco más de los tormentos legendarios del
autor, un poco más de la nostalgia revolucionaria. Y me gusta pensar que esta
novela representa un serio y relevante avance en el relato intertextual.
Delatando mi gusto por Umberto Eco, me fascina que exista esta postura para
criticar a ciertos autores consagrados, y al mismo tiempo conmiserar con ellos
o descubrirlos con la vulnerabilidad que los acerca un poco más a nuestro
(triste) mundo.
En fin. Hombres de
papel demandó un prejuicio menos de mi parte, y debo decir que el
resultado fue por demás sorpresivo. Léanla. Sigan celebrando a Asturias. Y por
favor, nunca subestimen la capacidad de un tesauro.
Angélica Quiñónez
https://casiliteral.com/category/tinta-blanca/
https://casiliteral.com/category/tinta-blanca/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario